Bajo una concepción general, la psicología es entendida como la ciencia que estudia los procesos mentales y conductuales de las personas. El problema estriba en la amplitud con la que nos aproximemos a tales procesos y la forma en que se da una explicación o interpretación de los mismos. Sin adentrarme en valoraciones críticas contra la disciplina en general, quisiera dirigir especial atención a la psicología en su vertiente clínica o terapéutica, y no tanto a su ámbito teórico u académico; si bien es cierta la existente critica por su cuestionado cientifismo, no es objetivo de este escrito entrar en tales consideraciones, pues no me considero apto para tal cometido.
Las
terapias de psicología son normalmente útiles para aquellas personas que
deciden ponerse a disposición de los profesionales, ofreciendo una serie de mecanismos
para que la persona desde sí misma se adapte a una situación adversa, ¿qué hay de negativo entonces? En principio
diremos que nada; atendiendo a cada
particularidad seguramente nos encontraríamos en su mayoría con casos de
personas que en su día a día optan por
acudir a estos servicios de manera razonada buscando un refuerzo externo. No obstante,
hay datos publicados que muestran cómo las tendencias hacia la “psicologización”
de la sociedad han ido de la mano de procesos estructurales socioeconómicos con
una tendencia marcada hacia la individualización y una mayor asunción del riesgo por parte de las personas.
Aparece
así la psicología clínica como el
recurso institucional reconocido y legitimado al que acudir en situaciones de estrés,
ansiedad, depresión, etc. Siempre o casi siempre podemos contar con amistades o
familiares que nos ayuden a afrontar aquellos aspectos del día a día que más se
nos atraganten, pero es en el profesional de la psicología donde se encarna la
figura de aquella persona que va a ofrecerme “mi verdad” e instrumentos para la
adaptación echando un vistazo al
interior de uno mismo. Sucede que la comprensión o explicación de cada contexto
personal está basada en una multiplicidad de factores políticos, económicos y
sociales que, por lo general, no son tratados de manera holística en el
discurso psicológico. De este modo, tendremos a millares de personas acudiendo
a terapia por estrés sin ser conscientes de que éste se encuentra motivado por
la naturaleza de un sistema económico que necesita de sujetos flexibles, cuyas
expectativas y trayectorias vitales no dependen de sí mismos. En estas
condiciones, con largas jornadas laborales, y sin saber dónde se va a estar trabajando el próximo mes, es normal
que sintamos estrés, pues el ser humano mantiene
la “fea costumbre” de tener que saber
que hacer el día de mañana para vivir y organizar el presente. Por tanto, la adaptación psicológica quitará
sufrimiento al paciente, pero será precisamente una adaptación a unas dinámicas
sociales que no tendría por qué asumir y aceptar; venimos de un confinamiento
en el cual hemos probado la capacidad humana de adaptación, pero no por ello
normalizaríamos el vivir en tales condiciones cuando la pandemia hubiese
desaparecido.
Ahora
entendemos más que vivamos en los tiempos de la “resiliencia” generalizada; el
sociólogo Wolfgang Streeck (2017) aporta unas interesantes palabras al respecto:
“La resiliencia es el otro término en
auge, habiendo sido recientemente importado a las ciencias sociales y la
política desde la bacteriología, la ingeniería y la psicología. En los textos
de economía política el término es
utilizado, confusamente a primera vista, tanto para la capacidad de los
individuos y los grupos para soportar el asalto del neoliberalismo, como para
la capacidad del neoliberalismo como orden (o desorden) social, para perdurar a
pesar de su pobreza teórica y fracaso práctico para prevenir o reparar su
propio colapso en 2008. Aunque esos dos significados parecen opuestos, pueden
no serlo necesariamente, ya que las prácticas que permiten a los individuos
sobrevivir bajo el neoliberalismo pueden también ayudar a sobrevivir a éste.
Téngase en cuenta que la resiliencia no es exactamente resistencia, sino un
ajuste adaptativo más o menos voluntario. Cuanta más resiliencia logran
desarrollar los individuos en el ámbito micro de su vida cotidiana, menor es la
demanda de acciones”
Dicho
esto, permitidme aclarar que estoy a favor de que la psicología cuente con más
fondos públicos con los que dotar de una mejor atención a un número mayor
de pacientes; pero pienso que la tendencia hacia la individualización y
psicologización responsabiliza aún más
si cabe a la persona de sus logros y fracasos – que siempre serán logros y fracasos
contruidos culturalmente, y por tanto fuera del individuo-. Al respecto, Ian Parker (2010), un conocido estudioso
enmarcado en la psicología crítica, apoya esta idea y afirma que la constitución
del ser humano -diferenciado del ser humano biológico- necesita de un grupo de sujetos con el que intercambiar reconocimiento
y desarrollar capacidades reflexivas e interpretativas.
La psicologización, al desvincular la comprensión de lo colectivo, actúa como el proceso en el que se distorsiona lo social y dónde se despolitiza el sujeto. Si al final lo que uno tiene que hacer es “empoderarse” singularmente, ¿qué cambio colectivo puede esperarse de una mentalidad construida de esa forma? Si la psicología no tiene fines objetivos y se queda estancada en sus medios instrumentales seguirá siendo una de las patas en las que se apoyará la atomización social. Dejando de lado los fenómenos colectivos y despolitizando la realidad, la psicología no hará otra cosa que ofrecer soluciones particulares inconexas frente a la multiplicidad de factores que permiten comprender al sujeto de forma efectiva, por lo que la capacidad de la psicología en pro del bienestar social se ve bastante reducida.
Referencias
Streeck, W. (2017). “¿Cómo
terminará el capitalismo?”. Madrid. Traficantes de Sueños.
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