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Sobre el trap: penetraciones y limitaciones culturales.

 

Tras más de un lustro de desarrollo del Trap,  se puede decir que  no han sido pocas las miradas dirigidas a este fenómeno cultural. Cultural  porque un género de música no se explica exclusivamente por la matemática que lleva implícita en  sus armonías y sus melodías, y porque incluso al margen de la lírica – que pudiera reflejar de manera más clara los patrones vigentes en una sociedad- esa sucesión de sonidos no es ajena a las transformaciones sociales.

De esta manera encontramos en el Trap un género que en el plano musical bebe tanto del rap como de las nuevas tendencias de la música electrónica; y en el plano sociológico, un mejunje de individualismo, “barrialismo”, competitividad, culto al dinero y cierto rechazo al statu quo. La cuestión aquí se encuentra precisamente en la contradicción existente en una posición aparentemente antisistema que en realidad no hace otra cosa sino perpetuar esas características del individuo propias del contexto actual capitalista. No obstante, el juicio que quisiera aportar,  se  fundamenta en el hecho de que la persona que reivindica el Trap no es un individuo sin capacidad de agencia que, conociendo el funcionamiento del orden neoliberal, lo disfruta en una de sus expresiones artísticas. Con ello no pretendo decir que no sea un género que reproduzca las condiciones materiales de existencia, pero los motivos por los que este género  recibe atención son variados.

La idea que motiva esta sucinta reflexión se apoya en ciertas aportaciones de la obra de 1979 publicada por Paul Willis  titulada “Aprendiendo a trabajar: como los chicos de clase obrera consiguen trabajos de clase obrera”. En sus páginas,  mediante una metodología cualitativa discursiva, se analiza el modo en que los jóvenes reproducen las estructuras de dominación capitalista  tanto en su etapa escolar como en la etapa de transición a los primeros empleos. El punto de inflexión de esta  publicación -con cuatro décadas a sus espaldas- radica en la forma en que rompe con un funcionalismo explicativo e incorpora lo que denomina “penetraciones” y “limitaciones” culturales: las primeras estarían constituidas por aquellos movimientos que apuntan a modificar las condiciones materiales de existencia pero que se encuentran desarticulados, lo que deriva en una pérdida del carácter emancipador de tal impulso. Por otro lado, las limitaciones constituirían las barreras sistémicas reproducidas en el seno de la contracultura que desorientan al grupo alejándolo de un conocimiento objetivo de su papel en la estructura de producción.

El Trap, en su esfera sociológica, pienso que se puede analizar de manera pareja por vía de ambos conceptos – entre los múltiples marcos de aproximación posibles- . Estados Unidos, como país origen del Trap,  me permite ilustrar en mayor medida la idea que aporto: la sociedad estadounidense desde sus inicios ha estado marcada por una enorme desigualdad donde los principios de lo común o la asistencia pública  brillan por su ausencia. En ese contexto, la violencia o el tráfico de drogas aparecen como medios legítimos con los que cumplir las metas canónicas de una sociedad que no ofrece canales institucionales  para el desarrollo en su  conjunto; el “Started from the bottom now we´re here” adquiere una connotación especial y se convierte en un diálogo con el sistema que te ha negado todo mecanismo de  aquel  tan deseado ascenso social. El lujo y la ostentación en ambientes “underground”, pienso que deben contemplarse también en tales términos.  En ese sentido, sugiero mediante este ejemplo un tipo de penetración cultural no articulada, es decir, sin aquella conciencia subjetivada pero objetiva respecto a las relaciones en las que haya inmersa. Ocurre que tales penetraciones son limitadas por toda una serie de valores vigentes en ese mismo contexto que desdibujan la acción colectiva: individualismo, machismo, hedonismo exacerbado, etc.

Otro ejemplo lo encontramos en el rechazo al policía, al “chivato”, al “sapo”; en resumen,  a todas aquellas figuras de autoridad - o cómplices de la misma- que persiguen formas de vida concretas. Con esto quiero decir que la exposición al delito tiene un componente claro de clase, pues son precisamente las personas de capas bajas las que se encuentran más expuestas a la persecución policial y contra los que la fuerza punitiva y estigmatización son mayores. Este tipo de reivindicaciones tienen lugar con mucha fuerza, pero desdibujadas y desvinculadas del resto de factores sistémicos.

En tiempos de desmovilización colectiva, concibo la cultura del Trap como una voz frente a situaciones como las ejemplificadas anteriormente, con sus penetraciones y limitaciones, pero que no implica necesariamente que quien lo abandere lleve ese tipo de vida. No debemos olvidar que tanto el Trap como otras manifestaciones culturales surgen como expresión y no tanto como reflejo de la sociedad en la que se hallan inmersas, pese al carácter reflexivo de la acción humana. Como consecuencia,  se crea a partir de la comunicación audiovisual una serie de motivos recurrentes que no tienen por qué ser vivenciados por sus autores, pero que son repetidos generando una temática distinguible –aunque este fenómeno haya ocurrido en todos los géneros, adquiere un valor especial en las nuevas formas apoyadas en la imagen- . Todo lo dicho hasta ahora se debe a que no comparto la visión del que el Trap es simplemente una degeneración de valores en un contexto neoliberal, sino que realmente creo que tiene muchos puntos interesantes expresados con mayor fuerza si cabe que en  periodos anteriores.  ¿Quién no ha visto más lucha de clases en Yung Beef que en el Nega?-.  Esa fuerza es lo que hay que aprovechar.

Comentarios

  1. el clima no está en venta y yo pagando grados ya es de día y yo con ojos de lemur

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